miércoles, 30 de abril de 2008

Ventanas de Nueva York

Escribo sentado en una silla de hierro en Bryant Park, en la mañana de noviembre que tiene una calidez de primavera regresada, de luz de abril que llega a la ciudad saltándose el invierno. Me siento y abro mi cuaderno por una hoja en blanco, como si me dispusiera a dibujar, como un impresionista que sale del estudio donde los pintores estuvieron confinados cuatrocientos años para pintar del natural, al aire libre”.

Ese hombre de rasgos hispanos que abre su cuaderno para escribir, tiene el vicio de la literatura desde el tiempo de su adolescencia. Ha venido a impartir clases en Nueva York y emplea las horas desocupadas en pasear por la ciudad tomando notas de la gente con la que se cruza, de los altos edificios bajo los que pasa, de los olores de mil cocinas distintas y de mil contenedores de basuras sin recoger, de la música callejera que estalla en las esquinas o en los recovecos de Central Park… Nueva York es un conglomerado de colores y aromas, de tipos y actitudes, de encantos y señuelos.

El escritor apunta con profusión de detalles todas las sensaciones que la ciudad le provoca aunque, como él hará constar cuando redacte definitivamente el libro que contendrá sus experiencias, “escribir es una carrera contra el tiempo en la que uno siempre se queda rezagado y acaba vencido”.

El hombre ha nacido en Úbeda (Jaén), y hace años que sus novelas y relatos son muy apreciados en España. Se llama Antonio Muñoz Molina y tal vez no sepa todavía qué va a hacer con esas notas que se le amontonan en las páginas del cuaderno, las que toma cuando sale a pasear a las calles otoñales o cuando se asoma a las ventanas de Manhattan, que le darán título a su diario de viaje.

Me acuerdo de asomarme paralizado por el vértigo a uno de los ventanales como anchas paredes de cristal en el último piso de una de las Torres Gemelas, que ya no existen, viendo desplegarse a mis pies el bosque ilimitado de las arquitecturas de Manhattan, difuminado hacia el norte más allá del rectángulo exacto de Central Park”, escribe tres años después del macabro derrumbamiento de las torres ante los ojos espeluznados del mundo entero.

Los escritores salen de casa y viajan con sus bolígrafos y sus papeles blancos porque en cualquier esquina, en cualquier umbral, en medio de un jardín, a las sombra de una estatua o a la vista de un individuo que canta en medio de la acera, pueden sentir la apremiante necesidad de escribir y describir lo que ven y lo que sienten. Las musas siempre los encuentran con las armas preparadas y el ánimo dispuesto a la escritura.

A mí lo que más me ha importado es contar la parte de celebración de la vida que tiene lugar en esa ciudad concreta, una ciudad en permanente construcción", decía Muñoz Molina en una entrevista de prensa, cuando se publicó “Ventanas de Manhattan”, en el año 2004.


Termino con otra cita textual: “La ventana daba a la calle, a la altura del piso décimo o undécimo, frente a las ventanas iluminadas y a las cúpulas futuristas del hotel Waldorf Astoria, que brillaban de noche con una fantasmagoría de cine en blanco y negro, como si de un momento a otro pudiera verse a King Kong trepando por sus cresterías de bronce. Apoyando la cara en el cristal se veía muy abajo el tráfico de la avenida, que llegaba a la habitación con un rumor de oleaje lejano.”

sábado, 26 de abril de 2008

Maestro de periodistas

A Kapucinsky se le cita con frecuencia en los medios de comunicación. Es un maestro en el oficio, un hombre que llevaba el periodismo en la sangre y lo practicaba con dignidad. Ante los jóvenes que le admiraban, Kapuscinsky abogaba por un periodismo en el que la denuncia de las situaciones anómalas, maléficas para el ser humano, prevaleciera sobre los intereses empresariales y mercantiles de los medios de comunicación. Un periodismo en el que la verdad no fuera nunca eclipsada ni mediatizada por la propaganda a la que son tan proclives los gobernantes políticos y los potentados de todos los países del orbe.

De Kapuscinsky hay que leer unos cuantos libros en los que el maestro explica las circunstancias, las penurias o los conflictos de los lugares a los que él ha acudido, primero como corresponsal de una agencia polaca y, después, como periodista de renombre internacional. Además, los textos están escritos en un lenguaje tan preciso y tan correcto que subyuga al lector, lo atrapa y lo conmueve.

Leyendo “Ébano”, entras en el corazón de África. Si lo lees con mentalidad abierta, empiezas a entender cómo siente y mira la gente que ha nacido en los países subsaharianos.

Yo quiero aportar aquí una cita de un folleto que recoge la intervención de Kapuscinsky en un taller sobre nuevo periodismo, celebrado en 2002 en Buenos Aires.

“Para producir una página debimos haber leído cien. Ni una menos. Antes de escribir cualquiera de mis libros, leí unos doscientos sobre cada uno de sus temas. En algún sentido, escribir es la menos parte de nuestro trabajo”.

Esta fórmula debía ser adoptada por ciertos escritores actuales, esos individuos que sacan un libro de trescientas o cuatrocientas páginas cada seis meses, sorprendiendo su fertilidad a los lectores que los encuentran en los mostradores de las librerías. ¿Acaso ellos no consultan otros libros antes de escribir los suyos, como recomienda Kapuscinsky?

jueves, 24 de abril de 2008

Palabras de Gelman

Esto dijo Juan Gelman, el poeta laureado, el abuelo que encontró a su nieta muchos años después de que ella naciera. Lo dijo en la Universidad de Alcalá de Henares, donde ayer recibió el Premio Cervantes. Hoy los medios de comunicación nos transmiten, una a una, todas sus palabras:

"Hoy celebro nuevamente a una España empeñada en rescatar su memoria histórica, único camino para construir una conciencia cívica sólida que abra las puertas al futuro. Ya no vivimos en la Grecia del siglo V antes de Cristo en que los ciudadanos eran obligados a olvidar por decreto. Esa clase de olvido es imposible. Bien lo sabemos en nuestro Cono Sur. "

"Hay quienes vilipendian este esfuerzo de memoria. Dicen que no hay que remover el pasado, que no hay que tener ojos en la nuca, que hay que mirar hacia adelante y no encarnizarse en reabrir viejas heridas. Están perfectamente equivocados. Las heridas aún no están cerradas. Laten en el subsuelo de la sociedad como un cáncer sin sosiego. Su único tratamiento es la verdad. Y luego, la justicia. Sólo así es posible el olvido verdadero.

"La memoria es memoria si es presente y así como Don Quijote limpiaba sus armas, hay que limpiar el pasado para que entre en su pasado. Y sospecho que no pocos de quienes preconizan la destitución del pasado en general, en realidad quieren la destitución de su pasado en particular".

Y sobre la poesía dos apuntes: "Hay millones de espacios sin nombrar y la poesía trabaja y nombra lo que no tiene nombre todavía".

"Marina Tsvetaeva, la gran poeta rusa aniquilada por el estalinismo, recordó alguna vez que el poeta no vive para escribir. Escribe para vivir. "

lunes, 14 de abril de 2008

Más sobre los personajes

"Las memorias de uno están en los personajes que va creando, porque en ellos vas volcando parte de tu biografía, de tus sentimientos, de tus vivencias".

Estas palabras las grabé en casa del escritor Miguel Delibes hace unos años. Recibí de una revista el encargo (suerte la mía) de entrevistar a uno de los literatos que más admiro. Y me fui a Valladolid con una fotógrafa para cumplir la tarea. La entrevista fue larga pero don Miguel contestó con afabilidad y paciencia a todas mis cuestiones, lo cual no ocurre siempre. He hecho entrevistas a personas que me han bostezado, que han respondido con monosílabos a la mayoría de mis preguntas o que se han pasado el rato mirando el reloj. Pero, esas son anécdotas que no vienen a cuento ahora.

La historia (de una novela) es creíble si el personaje es creíble. Un personaje bien tratado, bien construido le obliga al lector a creer todo lo que cuentas de él. Yo he dedicado mucho esfuerzo a construir personaje”, decía Delibes señalando el montón de libros, con su firma en la portada, que colmaban las estanterías.

Yo miraba los volúmenes y los veía a ellos pululando entre los lomos, revoloteando por la habitación: veía al señor Cayo, a Daniel el Mochuelo, a Azarías y Paco el Bajo, a Pacífico Pérez, a Menchu la viuda de Mario…

También estaba Pedro, el protagonista de La sombra del ciprés es alargada, un chaval poseído por un temor obsesivo a la muerte, que suscitó los reproches de los críticos pues no concebían que un niño albergara a tan temprana edad tales pavores. Sin embargo, me contaba Delibes con un pelín de ironía, el personaje era totalmente verosímil porque los miedos de Pedro eran los que él había padecido en su infancia.

¡Qué cantidad de buenas horas de lectura nos ha proporcionado Miguel Delibes! Desde que obtuvo el Premio Nadal en 1948 hasta Los estragos del tiempo, en 1999, ha publicado más de sesenta títulos, algunos de los cuales forman parte de nuestra biografía cultural. ¿Cuál citaría yo? El camino (1950), Las ratas (1962), Viejas historias de Castilla la Vieja, (1964), Cinco horas con Mario (1966), Los santos inocentes (1981) y, por supuesto, El hereje (1999).

Setenta y siete años después

"La Segunda República fue un serio intento de modernizar y democratizar España. Recibida con alborozo por la población en un ambiente de orden y fiesta, revolucionó la enseñanza y combatió eficazmente el analfabetismo, dando un inédito protagonismo a maestros y docentes; llevó el saber a los rincones más escondidos de la España rural a través de las Misiones Pedagógicas; favoreció el que la vida cultural del país alcanzara niveles de vanguardia; hizo una ambiciosa política de obras públicas; intentó una reforma agraria que terminara con el hambre y las flagrantes injusticias de las zonas latifundistas; llevó a cabo una necesaria reforma militar, e implantó el laicismo, tal vez de manera demasiado radical dadas las circunstancias".

Esto lo escribe Félix Santos, periodista de cultura basta y pluma ágil, en el periódico El País de hoy. Merece la pena el artículo completo.

sábado, 12 de abril de 2008

Personajes de novela

Para crear a doña Flora, personaje de su magna novela Octubre, octubre, (Alfaguara, 1983) José Luis Sampedro hubo de recurrir a una artimaña: se compró un audífono estropeado en el Rastro y, durante varias tardes, acudió a una cafetería de San Bernardo donde hacían la tertulia varias mujeres de mediana edad del barrio. Creyendo sordo al parroquiano de la mesa contigua, las buenas señoras comentaban y criticaban a sus anchas, sin bajar la voz ni recatarse. Sampedro sacó de sus conversaciones los hilos suficientes para tejer un personaje que a él, con sus cuarenta años, le caía un poco distante: una mujer de unos sesenta años, que había sido en el pasado cantante y modelo de pintores, y que gozaba de una experiencia vital más dilatada que la del joven catedrático que la inventaría.

"La documentación no se ciñe únicamente a las hemeorectas y las bibliotecas, la vida está en la calle”, dice José Luis Sampedro en su libro Escribir es vivir, ( Plaza y Janés, 2005) del que ya hablé hace tres o cuatro días. El libro se basa en el curso sobre su biografía y su obra, que impartió el escritor en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander, en julio de 2003.

Sampedro relata los sucesos que marcaron su afición a las letras y desvela algunas claves de su literatura y de sus métodos para componer los personajes de sus novelas. Asunto éste que a todo lector le habrá intrigado alguna vez. ¿De dónde toma un autor el material para construir un personaje de ficción? ¿Cuánta dosis de realidad hay que utilizar para engendrarlo? ¿Cuánta de imaginación? ¿Hasta qué punto se pueden copiar modelos del entorno?

Muchas veces los escritores han de responder a estas preguntas. Sus respuestas suelen ser diferentes. Unos dicen que reflejan a personas que conocen, cambiándoles el físico o el temperamento. Otros aluden a personajes históricos como fuente de inspiración. Otros aseguran que componen los tipos tomando prestadas características de aquí, de allá o de acullá. Otros, incluso, afirman que han extraído de sí, de sus apetencias y aspiraciones íntimas, el material necesario para forjar una personalidad de papel.

¿Por qué a nosotros, los lectores, unos personajes nos parecen más creíbles, más sólidos, más cercanos que otros? ¿Por qué simpatizamos con unos y a otros los detestamos? ¿Por qué a veces nos fastidia el bueno y nos encandila el malo, el tonto, el secundario?

¿No os ha dado a vosotros ganas alguna vez de dejar un libro, una novela porque no tragabais al personaje principal?

martes, 8 de abril de 2008

En el cuarto de baño

El ruido del agua que fluye de la cisterna ahoga, durante unos instantes, el griterío que llega desde el piso de abajo. No se entienden las palabras que las mujeres profieren, pero el tono de sus voces indica que ya han iniciado una de sus frecuentes discusiones. Natalia comprueba la hora en el reloj plastificado que ha colocado en la repisa donde se apilan las toallas y se alinean los frascos de colonia y los desodorantes: las siete y veinticinco. El horario se cumple con precisión.

Este es el primer párrafo de la novela de una amiga mía, que está buscando un editor. La historia comienza en un cuarto de baño, cuando una de las protagonistas está cumpliendo el ritual higiénico diario, antes de salir hacia su trabajo, en una clínica odontológica. La mujer se lava, se peina y se maquilla mientras escucha los chillidos de las inquilinas del piso inferior, a las que conocerá unas páginas más adelante.

No se utiliza con mucha frecuencia el cuarto de baño como escenario de los avatares que se narran en las novelas, pero lo cierto es que entre sus paredes alicatadas el personaje de ficción (igual que les ocurre a las personas reales) se encuentra a solas consigo mismo durante un plazo de tiempo lo bastante prolongado como para tomar decisiones importantes, reconstruir los sueños nocturnos, reflexionar sobre lo divino y lo humano, programarse las actividades de la jornada, especular sobre sus relaciones familiares o amistosas.

¿Quién no se ha encerrado alguna vez en el baño a llorar o a pegar puñetazos, a leer revistas prohibidas o a parlotear con su alter ego, el que se refleja en el espejo que cuelga sobre el lavabo?
Pueden buscar en vano en las páginas de Walter Sccot sin encontrar ni una sola mención de los cuartos de baño”, decía Margaret Atwood en una conferencia, que está recogida en el libro titulado “La maldición de Eva” (Lumen, 2006). Caso diferente es el de Javier Marías, que alude a esta pieza de la casa en el primer párrafo de su novela “Corazón tan blanco”, (Alfaguara, 1999):

No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola...”

En la novela de la amiga, a la que aludo en el primer párrafo, hay diversos cuartos de baño en donde los personajes entran no sólo para realizar sus necesidades fisiológicas, sino también para esconderse, para refugiarse de los peligros del mundo y de las miradas indiscretas, para marcar una pausa antes de seguir peleando con las adversidades de su existencia, para calmarse los nervios o, incluso, para intentar vomitar porque les arden las vísceras a causa de unas palabras afectuosas que no han conseguido digerir.

En algún sitio he leído que Agatha Christie maquinaba algunas de las escenas de sus novelas de misterio en el cuarto de baño. A mí no me extraña nada.

(He cogido las ilustraciones en internet. No constaba el nombre del autor).

domingo, 6 de abril de 2008

El rastro de Gaugin

Uno de los pintores que influiría en Modigliani durante la estancia del italiano en París (1906-1920) sería Paul Gaugin, que había muerto en 1903 en Atuona, en las Islas Marquesas. El rastro del pintor francés se esparcía por la capital en la que Modigliani creaba sus obras imperecederas, y se reseña ahora en uno de los capítulos de la exposición que organiza en Madrid el Museo Thyssen, lo que me arrastra hasta la estantería donde guardo el libro en el que Mario Vargas Llosa relata los últimos años de la vida de Koke, el nombre que le daban a Paul sus amigos polinesios.

A Gaugin hoy se le considera un genio, un maestro de la plástica, y sobre su memoria llueven los elogios. Pero su vida le fue muy difícil por las críticas personales, la penuria económica y las enfermedades. La sífilis y la lepra le restaron energía, le robaron el bienestar y la visión y, al cabo, acabaron con su vida cuando contaba cincuenta y cinco años.

Sin embargo en la obra de Vargas Llosa, El paraíso en la otra esquina, Gaugin no parece un desdichado. No. Es un hombre que ha conseguido dedicarse a su pasión, la pintura, después de gastar su juventud trabajando, con éxito pecuniario y social pero sin afición, en la Bolsa de París. El amor al arte, cuando se cuela con toda la potencia en la vida de Paul, le lleva a romper con su familia, con su itinerario laboral, con la ciudad en la que ha vivido desde su nacimiento.

Con Vargas Llosa asistimos al hallazgo de la pintura por parte de Gaugin, a sus inicios como artista, al reconocimiento de sus colegas, a su desbordada ilusión por crear, al alejamiento de su mujer y de sus hijos, a los tiempos de miseria y pensiones de mala muerte, a su decisión de escapar de la civilización y a su búsqueda desaforada del mundo salvaje donde él espera hallar su autenticidad como hombre y la apoteosis de su creatividad.


Todos los episodios de esa biografía se van sucediendo en la novela de Vargas Llosa, intercalándose con los dedicados a una segunda protagonista, que en ningún momento conoce al pintor, pese a que él es su nieto: Flora Tristán, la mujer que quiso ser “abanderada de lar evolucion que liberaría a las mujeres de la esclavitud y a los pobres del mundo de la explotación”. Forjando una doble estructura, el escritor vincula a dos personajes de trayectoria vital muy diferente, a los que no sólo liga la sangre sino también, y sobre todo, su negativa a plegarse a las normas de un mundo al que le falta justicia y ecuanimidad.

Gaugin muere en las islas Marquesas y la noticia se transmite con desidia a Francia, donde un día la obra de Paul será reverenciada y loada. Pero el artista muere casi solo, rodeado de gatos salvajes, acaso tranquilo porque va a descansar.

¡Cuántos grandes artistas han llevado una existencia complicadísima, dolorosa, adversa! Pero, me pregunto, si su vida hubiera sido más fácil, más cómoda ¿habrían sido mejores creadores? ¿Más prolíficos? ¿O, acaso se habrían dormido en los laureles?

viernes, 4 de abril de 2008

Modigliani en Madrid

En 1906 el italiano Amedeo Modigliani inicia en París una carrera artística que no sería larga, pero sí fructífera. La capital francesa era en esa época el centro de los movimientos de la vanguardia cultural europea. Allí conoció Modigliani la obra de Picasso, Toulouse-Lautrec, Diego Ribera, Cezanne, Juan Gris, contactó con marchantes, escritores y demás personajes relacionados con la plástica y las letras. Allí desarrolló su genio durante catorce años.

La biografía de Modigliani está llena de avatares y desdichas. Sus problemas económicos, sus enfermedades y sus relaciones personales, a veces conflictivas, no le impidieron encontrar en la pintura y la escultura un estilo propio, que sigue admirando, casi un siglo después, a los que nos acercamos a la exposición de sus retratos, sus desnudos y sus paisajes.

En Madrid tenemos en estos días dos exposiciones que se complementan bajo un lema común: Modigliani y su tiempo.

La primera se ubica en el Museo Thyssen-Bornemisza, en el paseo del Prado número 8 y en ella se exponen los primeros cuadros del autor, desnudos y retratos de su época de apogeo, y obras de otros pintores que coincidieron con él en París.

La segunda exposición se aloja en la Casa de las Alhajas, una pintoresca sala de la Fundación Cajamadrid, ubicada en el número 1 de la Plaza de San Martín (junto a la plaza de las Descalzas). En este espacio se cuelgan también desnudos y retratos de Modigliani, paisajes, dibujos y fotografías del pintor y sus amigos. El acceso a estas instalaciones es gratuito.

Siendo en Madrid la oferta cultural tan amplia en esta primavera que comienza, os aconsejo que si andáis por aquí no os perdáis estas dos importantes muestras que agrupan el magnífico legado de Modigliani. Estarán abiertas hasta el 18 de mayo.

miércoles, 2 de abril de 2008

José Luis y Olga

José Luis Sampedro me acompaña estos días en mis trayectos de autobús o de metro y en los tiempos de espera. En enero salió en edición de bolsillo “Escribir es vivir”, una especie de biografía, elaborada por su mujer, Olga Lucas, a partir de un cursillo que impartió el escritor en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, de Santander, en julio de 2003. El libro cabe en el bolso y pesa poco: un formato ideal para andar con él por la ciudad.

Sampedro relata en sus páginas la vida de un chico que nació en Tánger y se educó en diversos lugares de España, que sacó unas oposiciones y consiguió un trabajo en Aduanas, que estudió una carrera y trabajó en una entidad bancaria, ligando todas esas experiencias a su formación como escritor y a la redacción de sus primeras obras, antes de darse a conocer como el magnífico literato en el que hoy le tenemos. Todos sus avances profesionales, sus éxitos y las alabanzas recibidas se exponen sin altanería ni envanecimiento, lo que demuestra la elevada categoría humana del hombre que narra.

Mientras espero mi turno ante la consulta del médico, que va a darme un pinchazo doloroso en la muñeca, me traslado a Santander para seguir escuchando al maestro. Sampedro está hablando de su experiencia como profesor de Estructura Económica en la Universidad. Y entonces interviene ella, Olga Lucas, la mujer que anota su discurso para trasladarlo después al libro que llegará a los lectores.

Un impulso me lleva a las últimas páginas del volumen, donde encuentro dos epílogos, uno del propio autor, reconociendo el valioso trabajo de su auxiliar de cátedra, su esposa, y otro firmado por ella, por Olga Lucas, en el que revela sus estados de ánimos en los días en que asistía al curso dedicado a la obra de José Luis Sampedro en la Universidad Menéndez Pelayo.

Unas fechas antes de viajar a Santander Olga había sido operada de un cáncer de mama. Cuando empezaron las sesiones, la mujer seguía con los vendajes de la herida. Había pedido el alta anticipada en el hospital para estar en la universidad con el escritor, y eso la obligaba a curarse ella misma y cambiarse los apósitos, faena dura y dolorosa por demás.

“Hacer este viaje en estas condiciones a mucha gente le parece una insensatez. Puede que lo sea, pero gracias a esta insensatez no estoy ahora con mi compañera María llorando nuestra desgracia. Gracias a esta insensatez le estoy demostrando a mi entorno que soy fuerte”.

Esa insensatez de Olga me permite ahora tener este libro entre las manos. Un libro que recomiendo a todos los que amen la lectura, porque reúne calidad y amenidad, corazón e inteligencia, sentimientos y lucha.

Cuando me llama la enfermera para que entre en la consulta, tengo los ojos empañados. He perdido cualquier atisbo de temor por el pinchazo en este rato de espera con Olga y José Luis.